De derechos e izquierdas: desestatalizar nuestras luchas de DD.HH.

En nuestro Editorial de la Revista N°10 afirmamos que “algo se agita en el nervio de nuestras resistencias. Ante tanta pobreza, desocupación y fake news, fluye una voluntad de irrumpir, de negarnos, de rebelarnos a la gris aceptación de la mierda que nos proponen”. En este momento plagado de fatalismo, nos encomendamos a la tarea de encontrar esa potencialidad irreverente de experiencias políticas que ha sabido poner en pie nuestro heterogéneo campo popular: nos negamos a aceptar la fatalidad de un presente que se muestra omnipotente en su capacidad de destrucción de nuestros sueños como pueblo y como clase. Lo hacemos porque, como dijimos entonces, cargamos en nuestras espaldas un inmenso acumulado de experiencias que pueden echar luz “a una generación política (más allá de las edades) que persiga un mayor protagonismo, una mayor radicalidad en la lucha y una perspectiva de una democracia real, directa”.

Por Editorial


Esta revista es un reconocimiento y, a la vez, una incitación. Una invitación a asomarnos y recuperar nuestra propia experiencia histórica como clase, la que cargaron de expectativas de transformación social nuestres 30.400 compañeres, la que nos enseñaron nuestras Madres y Abuelas y su inclaudicable lucha por Memoria, Verdad y Justicia, les HIJOS que escracharon la impunidad, les que se negaron a desaparecer la memoria de sus compañeres asesinades en la clandestinidad… Y la que continuaron cientos de miles de militantes que comprendieron que la defensa de los Derechos Humanos es una tarea permanente en el sistema capitalista y heteropatriarcal, y que requiere de la mayor autonomía de nuestros pueblos.

“La memoria es del pueblo”, solía agitar el querido Enrique “Cachito” Fuckman. Y por ello, a 49 años del último golpe genocida en Argentina, queremos dedicar este número a recomponer trazos del derrotero de esa memoria histórica, de ese movimiento de derechos humanos que tantas luchas emprendió y que precisamos rearticular a distancia de todo ejercicio del poder estatal.

Milei, etapa superior de una democracia vaciada

Observamos con mucha preocupación histórica, el avance de discursos de odio y estigmatización a les de abajo, una creciente violencia política, sumado al surgimiento de sectores políticos abiertamente negacionistas, racistas y reaccionarios. Este estado de situación se profundizó severamente con la victoria electoral del gobierno de Milei. Las posturas negacionistas y de apología de la dictadura cívico militar, empezaron a tener representación institucional de peso, como la figura de Victoria Villarruel, con una prioridad política muy clara: brindar impunidad a los genocidas que se pudieron condenar en juicio oral y público, además de la imposición del modelo económico de Martínez de Hoz.

En este escenario persecutorio en aumento, y a sabiendas de las dificultades que el movimiento de derechos humanos ha atravesado durante los últimos años, se hizo aún más evidente la necesidad de generar articulaciones para acompañar y actuar frente a la judicialización y criminalización de nuestres procesos de lucha cercanos. Hay múltiples deudas de la democracia burguesa en la que vivimos. No ha cesado la persecución política a los movimientos sociales y militantes territoriales, el desplazamiento y la estigmatización a nuestros pueblos originarios, la extranjerización de nuestras tierras, las desapariciones forzadas, las represiones, las torturas en las comisarías y cárceles, el desmantelamiento y desfinanciamiento a salud y educación, son algunas de las razones por las que nos seguimos organizando por transformar este sistema de reproducción de la crueldad.

No podemos desatender la necesidad de generar transiciones políticas e intergeneracionales. Se trata de una tarea enorme e histórica por delante: tomar la posta en la lucha de los derechos humanos de ayer y hoy. Los mismos tiempos de la vida nos empujan a un necesario recambio generacional. Numeroses referentes hoy ya no están o no pueden encabezar ciertos procesos. Necesitamos desarrollar con creatividad y compromiso formas de intervenir y construir en procesos que se encuentran abiertos con las particularidades de la época que atravesamos.

Recuperar una memoria de lucha desde abajo

El juzgamiento a los genocidas, que ha sido valorado internacionalmente, sería impensado sin el acumulado de organización por abajo con el que contamos en Argentina en materia de luchas emancipatorias y con un carácter de clase. Sin ese ejercicio de resistencia, movilización y lucha gestado por abajo ningun gobierno hubiera podido (ni aún pretendido) avanzar en la búsqueda de la verdad en torno a los crímenes cometidos en el marco del terrorismo de Estado. Lo mismo podemos referir respecto al conjunto de políticas públicas puestas en marcha en materia de derechos humanos durante las últimas cuatro décadas.

Y más aún, ese derrotero gestado en el propio período dictatorial y fortalecido en democracia, ha impregnado gran parte de las luchas y los movimientos que desplegaron su accionar desde el ´83 en adelante. Otorgó características y formatos organizativos particulares y proveyó al movimiento popular en su conjunto de una amplia gama de consignas en torno a las cuales organizarnos y de metodologías de lucha para la conquista de nuestros objetivos. Reconstruir el devenir de ese movimiento de derechos humanos, que se gestó al calor de diversas experiencias de lucha contra la impunidad “de ayer y de hoy”, es una tarea fundamental de cara a las nuevas generaciones. Conocer el derrotero de sus debates, la inscripción de cada consigna en los diferentes períodos de lucha, las tensiones que lo atravesaron, las formas organizativas, metodologías y herramientas movilizadas al calor de la historia de la lucha de clases, es entonces una tarea que queremos emprender con responsabilidad histórica y con el objetivo de tender puentes entre las diferentes generaciones de luchadores.

Es parte de un debate que sostenemos con gran parte del movimiento popular en términos de reivindicar y visibilizar el rol que las luchas por abajo tienen en la conquista de derechos para la búsqueda de una vida más digna. Y es que en Argentina, como ocurre a la vez con otros movimientos, la tensión abierta por el importante grado de institucionalización del movimiento de derechos humanos nos ubica en la necesidad de disputar el sentido de esas conquistas que no son otra cosa que resultado de las resistencias protagonizadas por los propios pueblos. No se trata tan sólo de encontrar las formas de oponer una resistencia decidida a las fuerzas de ultraderecha hoy en el Estado, en avance a nivel global, sino de hacerlo mientras desplegamos un balance crítico de los modos en que movimientos como el de derechos humanos en nuestro país, que supo ser vanguardia para las luchas contra la impunidad a nivel mundial, han perdido radicalidad al tiempo que se pretendía cercenar sus expectativas de disputa a ganar grados crecientes de institucionalización estatal. Precisamos recuperar la confianza en la potencialidad de las organizaciones que ponen en pie los propios pueblos en base a los propios aprendizajes históricos.