
Desde los primeros días de la gestión de Milei las resistencias fueron una constante. Aún a pesar de la expectativa en el Gobierno de grandes franjas de la clase trabajadora, a pesar de la abrumadora iniciativa autoritaria del Gobierno, a pesar de la falta de horizonte de un recambio político, el año estuvo signado por movilizaciones. Más de una decena de marchas masivas y tal vez miles de protestas intentaron torcer el rumbo gubernamental, activaron distintos espacios organizativos y traccionaron a movilizarse a un amplio arco político.
Por Editorial
Esas irrupciones en muchos casos tomaron la forma de asambleas, un proceso que nos entusiasma a quienes creemos en la fuerza que tiene la democracia directa. Por su saldo en términos de experiencias, por su potencia para la construcción de procesos nuevos, por su carácter disruptivo frente a la pasividad de la “democracia” limitada de los de arriba. Así sucedió durante el verano en los barrios porteños y bonaerenses, donde no surgían asambleas tan extendidas desde hacía dos décadas. El proceso se constató también en las coordinaciones culturales a nivel federal, como la que se llamó Unidxs por la Cultura, en les jubilades que revitalizaron la dignidad y los espacios propios en distintas ciudades, en las luchas y resistencias a los despidos y las rebajas salariales, como la de les trabajadores precarizades de AYSA. Tienen también lugar aquí las iniciativas transfeministas y disidentes, donde más allá de un notorio reflujo, las redes construidas han sostenido y garantizado algunas movilizaciones masivas o acciones muy sentidas, como la vigilia luego del cuádruple lesbicidio en Barracas. Más recientemente, la fuerza y la masividad de la lucha universitaria que tomó decenas de facultades en todo el país revitaliza el debate y recupera el método asambleario.
Algo se agita en el nervio de nuestras resistencias. Ante tanta pobreza, desocupación y fake news, fluye una voluntad de irrumpir, de negarnos, de rebelarnos a la gris aceptación de la mierda que nos proponen.
No son iniciativas espontáneas ni tienen un camino linealmente creciente. Tampoco intervenimos únicamente las corrientes de izquierda, y hemos sabido confluir en grandes jornadas unitarias junto a un variopinto y amplio arco político. Pero algunos sectores políticos con gran capacidad de movilización aparecen también en negociaciones con el gobierno. Las traiciones de los de siempre y los movimientos por arriba, superestructurales, le dan una dinámica propia a la calle. Podemos mencionar las migajas que pide el radicalismo por sus favores parlamentarios, o el PRO dispuesto a abandonar su muletilla de “defensa de la república” a cambio de discutir listas electorales comunes con La Libertad Avanza, o las prebendas de la CGT a cambio de entregar derechos laborales y salarios, o la complicidad de algunos gobernadores peronistas y los representantes parlamentarios de sus provincias, y la enumeración puede seguir.
Cada proceso de movilizaciones y asambleas tiene la potencia de la experiencia y el ejemplo que puede dejar su marca. Que puede echar luz a una generación política (más allá de las edades) que persiga un mayor protagonismo, una mayor radicalidad en la lucha y una perspectiva de una democracia real, directa.
Hasta ahora, esas experiencias que mencionamos y sus corazones asamblearios repiten una dinámica de auges explosivos y breves. Además de entusiasmarnos con su potencialidad, notamos sus límites. Queremos conocerlos, saber cuáles son las tendencias que tiran para atrás ese avance del protagonismo popular. Queremos saber qué frena su potencial masividad. Queremos saber cuáles son las dinámicas habituales de los espacios organizativos. Queremos saber cuáles son las decisiones de las organizaciones que fragmentan y dispersan energías.
Queremos hacer nuestro aporte para que cada irrupción deje lo mejor de sí, llegue lo más lejos posible, pueda acumularse en cada territorio, quede vibrante la experiencia para anticipar las próximas batallas y nos encuentre a las organizaciones trayendo lo mejor de nuestros programas sin pretender imponer posiciones.
Habrá más irrupciones, lo sabemos. Es la consecuencia inevitable del ajuste, el empobrecimiento, la violencia de arriba, la eliminación de algunas regulaciones que le dan forma a la sociedad como la conocemos. Es la consecuencia de nuestra historia como clase trabajadora. Necesitamos que cada destello supere su aislamiento, deje de ser un brillo aislado. Que las luchas empiecen a conectarse: que se articulen los sectores sociales que dan pelea, los espacios políticos que proponen alternativas, las iniciativas que desde abajo enfrentan con indignación y valentía este ataque brutal.
Queremos encontrar el hilo rojo en estas experiencias porque cada pelea defensiva puede abrir las puertas a pensar, soñar y seguir caminando para tratar de transformarlo todo. Nada sucede en el vacío: las luchas de hoy caminan sobre las huellas de las de ayer. No tenemos dudas: habrá más destellos, erupciones y mareas.
Cada experiencia de este año colabora en prefigurar ese futuro, cada embrión de ese nuevo poder popular que existe en nuestras manos. No lo vamos a encontrar entre las cuatro paredes de la democracia burguesa que, con tantos muros, limita la participación del pueblo trabajador en todas sus facetas.
Buscamos esos pasos anticipatorios en cada acción directa, en cada coordinación por abajo, en cada votación, en cada medida creativa, en un cartel, una plaza o una estación de tren.
Militamos para que esos destellos aporten a la confianza de la clase trabajadora en sus propias fuerzas para repeler la ofensiva empresarial y el avance de la ultraderecha. Queremos que estas experiencias nos preparen para vencer, porque nada sucede en el vacío, y los tiempos de hoy, adversos, tienen que ser preparatorios y de siembra para otros mañanas