
¿Cómo reverberan las luchas que nos anteceden? ¿resuenan las victorias y derrotas anteriores de nuestra clase? Cuando cortamos una ruta, por caso, ¿se oyerá en nuestros cantos el eco de los sonidos que nos preexisten?
Por Editorial
A mediados de la década de 1990 los masivos despidos por el proceso de privatización de YPF provocaron que miles de trabajadores y trabajadoras desocupadas iniciaran puebladas en Cutral Co y Plaza Huincul, en Neuquén; y en Tartagal y Mosconi, en Salta. Por la misma época, cien kilómetros al norte de Cutral Co, las comunidades mapuche Kaxipayiñ y Paynemil comenzaron una serie de movilizaciones en contra de la instalación de una megaplanta gasífera. Eran las primeras acciones de lucha de la historia contra petroleras por motivos no económicos: la política de liberalización energética por parte del gobierno menemista había multiplicado la explotación y sus impactos en territorios mapuche. Como respuesta al capitalismo neoliberal surgían y se consolidaban, a la vez, el movimiento piquetero y el movimiento ambiental en la Argentina.
Mientras la mayoría de los sectores críticos discutían cómo recuperar la renta petrolera, las comunidades mapuche comenzaron a reclamar la contaminación que estaban viviendo sus territorios. No es que decían que “las cigüeñas petroleras les afeaban el paisaje”. Sino que denunciaban los casos de cáncer, las muertes de ganado, la imposibilidad de tomar agua. Las movilizaciones antipetroleras de las comunidades mapuche no habían sido, por supuesto, las primeras acciones de lucha indígenas ni ecologistas en el país. Sin embargo, marcaron el inicio de un ciclo que hacia finales de esa década se estaba condensando en una serie de procesos territoriales que ponían a la salud y el ambiente como cuestión central de sus disputas.
Disputas contra la minería, la contaminación de ríos, o la instalación de basureros nucleares como el que se buscó ubicar en Gastre, Chubut, fueron consolidando a este movimiento ambientalista. Desde un principio se nutrió de organizaciones diversas, como comunidades indígenas, sindicatos y, principalmente, asambleas de vecinos y vecinas. Hitos como el “No a la mina” de Esquel en 2003; y cuatro años después la prohibición del uso de sustancias tóxicas para la minería en Mendoza, fueron dando forma y contenido a este movimiento. En esa trayectoria nacieron coordinaciones como la Unión de Asambleas Ciudadanas y creció una mirada sistémica de sus luchas. El movimiento se volvió socioambiental. A fin de cuentas, no hay nada más antiecológico que una persona enferma por contaminación, y una sociedad rota en sus dinámicas sociales por la acción capitalista.
Mientras eso sucedía de manera local, a nivel global las consecuencias de la crisis climática comenzaron a ser cada vez más evidentes, ante lo que los distintos sectores empresariales y gubernamentales tuvieron que dar cuenta. Un hito fundamental en ese sentido fue la cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en 1992. A partir de entonces la cuestión climática comenzó a ser problematizada por el capitalismo global, mientras que la aparición del concepto “desarrollo sustentable” intentó relegitimar la gestión neoliberal de la economía y la naturaleza.
Desde entonces, distintas iniciativas han buscado enverdecer el capitalismo, con el objetivo de lograr que la crisis climática no modifique las dinámicas de relación social existentes. Eso dificultó la mirada general sobre la cuestión ecológica: mientras las empresas encabezaban iniciativas de reciclaje, y compraban plantaciones forestales para ser carbono neutrales, mucha gente se preguntaba, de manera legítima, cuál era su lugar en medio del conflicto ecológico.
Los discursos del capitalismo verde buscaron diluir la responsabilidad en la crisis climática de quienes controlan los medios de producción. De esta manera impusieron una idea de culpas compartidas por toda la humanidad en la contaminación. La ciencia de la época se impregnó de esa perspectiva. Por ejemplo, los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU dan cuenta de la clara injerencia del capitalismo industrial en el aumento de la temperatura terrestre, pero a la hora de definir responsabilidades se refieren a “la actividad humana”.
En confrontación con esas perspectivas creemos que es urgente construir un movimiento ecosocialista que logre situar la acción del capitalismo en la crisis climática global. Sabemos que nuestra especie no es inherentemente contaminante, sino que es el actual modelo de producción, distribución y consumo de mercancías el responsable de la destrucción de ecosistemas y territorios.
En ese sentido nos encontramos ante un desafío doble. De una parte consideramos que es necesaria una perspectiva socialista por parte del movimiento socioambiental. La atomización en pequeños sectores que luchan de manera desconectada contra el capitalismo extractivista, provoca una dilución de nuestra perspectiva de clase. En el artículo “Conflictividad socioambiental y lucha de clases” buscamos abordar esta cuestión.
También disputamos con las posiciones supuestamente ambientales de sectores del peronismo -algunas que se ubican en organizaciones juveniles- que sugieren una lectura “nacional” de los problemas ecológicos, subrogando la salud y el ambiente a la mejora del balance comercial. Por mucho que se aggiornen, una y otra vez a lo largo de la historia estos sectores han terminado aliándose a los principales intereses extractivos del imperialismo, como hoy ocurre con el intento de avance de la explotación offshore en el Mar Argentino.
La otra mitad del desafío es que desde las organizaciones socialistas podamos avanzar en una perspectiva ecológica compleja, que supere las visiones prometeicas que históricamente han tenido algunas organizaciones de izquierda. En la nota “Las perspectivas ecológicas de Marx” desarrollamos algunos elementos fundamentales de nuestra tradición política -como la noción de metabolismo sociedad/naturaleza- con el objetivo de recuperarlas y que sean útiles para las luchas actuales.
No creemos, en ese sentido, que tengamos que buscar recetas en Marx, ni encontrar una explicación a la crisis climática actual solo en sus lecturas. El debate va más allá de si los clásicos del socialismo tenían una lectura ambiental. Sino, más bien, la apuesta es construir una mirada ecológica que pueda caber dentro de la tradición marxista, sin que se rompa esa teoría. Consideramos en ese sentido que el marxismo tiene la capacidad de albergar esta mirada sin entrar en contradicciones ni en eclecticismos.
Durante las últimas dos décadas nos hemos ubicado en ese sendero de la tradición ecologista dentro del socialismo desde Tierra para Vivir, nuestra organización socioambiental. La presente revista condensa algunos de los debates teóricos y prácticos con los que nos hemos encontrado en esta construcción. Nos hacemos eco, de esta manera, del socialismo que nos antecede y el que estamos construyendo. De las luchas previas, porque somos una clase con historia. De las luchas por venir, porque somos una clase con futuro.
