LA INMOBILIARIA DEL FRENTE DE TODOS

29 de octubre del 2020. Guernica. Como en las peores épocas, un operativo policial en las horas de la madrugada. Un megaoperativo. Miles y miles de efectivos, de botas, de armas, de bastones, de gases. Miles de bestias dispuestas a dar rienda suelta a una orgía de violencia ante la primera orden, apostadas para arrojarse en cuanto sintieran aflojárseles las correas. Bestias deshumanizadas contra otras miles de personas indefensas, desarmadas, adultes con niñes, ancianes. Con sus pocas cosas. Con su temor a cuestas. Con su humanidad vulnerada. Con su esperanza de una resolución pacífica, tal como enarboló el gobierno provincial desde un comienzo, completamente desvanecida. Y esto, sólo fue la punta del iceberg.

La crisis habitacional suele estallar por sus flancos más sensibles, por sus grietas más dramáticas. Decenas de miles de personas habitan las calles en todas las ciudades del país, sin otro lugar en el que cobijarse que bajo el cielo inclemente del invierno. Millones malviven en villas y asentamientos, y otras millones se endeudan para sobrellevar alquileres imposibles (el 80% de les inquilines censades denunció este año estar endeudado). Mientras esto sucede algunos otros, los patrones, aquellos que más riquezas se apropian y que se vienen beneficiando de todas las políticas de tierra desde la propia fundación de la Argentina, son los principales beneficiarios de las concesiones del Estado.
Basta detenerse en la desesperada situación de aquellas personas qué, alquilando viviendas, sufren aumentos que escapan a toda lógica salarial, cuando cada uno de estos alquileres superan, el valor de los salarios promedio en el país. La falta de políticas públicas arrastra décadas tras de sí y va creciendo en una espiral formidable geométrica afectando todas las aristas del problema.

Pero la represión también es un problema de clase. A diferencia de Guernica el año pasado o en tantísimas otras ocupaciones, no hubo un sólo desalojo que se desarrolle en las tierras ilegalmente ocupadas por los barrios privados, por canalizaciones de agua ilegales en campos sojeros provinciales, ni como en el caso de Joe Lewis, apropiando un lago entero en plena Patagonia. Los desalojos, como las cárceles, como toda violencia ejercida desde el Estado está dirigida contra la clase trabajadora, y más específicamente, contra su fracción más pauperizada.
Las órdenes judiciales pueden existir o no. En el desalojo del año pasado en Quilmes o en el barrio Los Manzanares en La Matanza este año, no existieron órdenes judiciales para desalojar y eso no significó ningún impedimento. Todos los estamentos y estructuras del Estado están al servicio de las políticas de marginación social, y por supuesto, el poder judicial no es ajeno a ello, pero la mancomunión de los distintos poderes no siempre se necesitan entre sí. En Guernica, por caso, la represión se dio pese a los vaivenes y postergaciones de tiempos dictados por la justicia, tales eran las ganas de resolverlo a bastonazos.

En todos los casos, y sobran los ejemplos en el último tiempo, hay elementos comunes que podemos rastrear en los desalojos. Topadoras, balas de goma (a veces de plomo), bastonazos a diestra y siniestra. Desalojos antes del amanecer, aun cuando los espacios ocupados (tierras o edificios semiderruidos) están habitados por criaturas. Cuando intervenimos las organizaciones, cuando se visibiliza el conflicto y se planta una resistencia popular a la iniquidad, ahí aparecen las promesas siempre incumplidas y el macartismo mediático.

Reprimir en la madrugada, de noche, cuando solo las llamas de las casillas incendiadas pueden verse en medio del terror, de los gritos de desesperación, de las órdenes autoritarias. Avanzar, disparar, incendiar, destruir nada de eso alcanza. No basta. También hay que perseguir, aterrorizar, brutalizar y escarmentar por las inmediaciones de la toma, por el centro de Guernica, por la estación. No basta con detener, hay que apalear. Si faltan viviendas que no escaseen los bastonazos preventivos.

¿Qué fue Guernica sino uno de los tantos estertores de la necesidad popular, en medio de una crisis habitacional formidable? Crisis que, como venimos diciendo, trepó inconteniblemente en los últimos años. Como pudo verse las tomas se multiplicaron a la par de las propias represiones y desalojos (Quilmes, Esteban Echeverría, La Matanza, San Isidro, etc. y sólo durante el año pasado). Pero basta con ver algunos números para empezar a entender la dimensión del problema. Hoy, para comprar una vivienda se necesitan 180 sueldos promedio del sector privado, esto es, 4 veces más que tras la dictadura cívico militar. Y esto, por supuesto, se agrava cuando vemos que los sueldos promedios del conjunto de la clase trabajadora son inferiores al promedio comentado y más aún que millones de personas sobreviven changueando o con planes de hambre, ganando muchísimo menos. Acceder hoy a una vivienda, se vuelve así un anhelo casi irrisorio. Según cifras oficiales las construcciones de viviendas terminadas durante el kirchnerismo fueron aún menos que durante el menemismo, sin mencionar las gestiones de los gobiernos Radicales o de Cambiemos cuyas cifras son aun peores. El déficit abrumador de viviendas, como vemos, no se dio ni espontáneamente ni por ósmosis.

Por otra parte, nada de esto podría suceder sin un enconado desprecio a la desesperación de millones de personas. A contramano de lo propagandizado por los grandes medios de comunicación, nadie iría en pleno invierno a un descampado, a levantar tímidas paredes con sus pocas pertenencias, a riesgo de ser rápidamente desalojado sino fuese por la desesperación más absoluta. Y menos aún podría tildarse de una salida “fácil” a una ocupación de tierras con las relaciones de violencia policial, parapolicial y punteriles que eso conlleva. Por arriba, más allá de las bravatas discursivas, todes se alinean para defender la propiedad privada capitalista aun cuando se vulnera el conjunto de los derechos a los que tendríamos que poder acceder por el sólo hecho de habitar esta tierra.

Tal fue la debilidad argumental vertida por los funcionarios de Axel Kicillof, que los discursos se apagaron al mismo tiempo que las balas de Sergio Berni. El cinismo de ocasión con que contestó en su momento Andrés Larroque, Ministro de Desarrollo de la Comunidad de la Provincia, que acusó a “algunos grupos políticos de (querer) desestabilizar” se cayó por su propio peso inmediatamente después del desalojo. No sólo no hubo desestabilización sino en la cabeza del propio Ministro (que bien cobijado duerme por las noches) sino que cualquier propuesta medianamente seria por parte del Gobierno de la Provincia hubiese contado con el concurso y el contento de les ocupantes. Como sabemos, nada de eso sucedió.

Después de la represión y el desalojo de Guernica, cuando quedó claro que lo único que iba a hacer el gobierno era reprimir, se empezó a reagrupar a les compañeres. Asambleas, movilizaciones, debates, diversas organizaciones intervinimos en esa misma búsqueda, no obstante las diferencias que pudiésemos tener entre nosotras. El gobierno que nada real había ofrecido mientras la toma existió, nada ofrecería después. Sólo aparecieron propuestas cuando la intervención misma de las organizaciones y de les vecines organizades forzó avances en la materia. Si en los medios de comunicación se buscó legitimar la represión y el desalojo acusando a la izquierda de rechazar todo acuerdo posible del Gobierno con les ocupantes del predio, después quedó a las claras que ninguna oferta real había existido ni antes ni después del desalojo. ¿Cómo es posible que tras un año de la toma del predio no se haya construido una vivienda, no haya sido adjudicado un solo predio, mientras las familias desparramadas sobreviven a la intemperie o hacinadas? ¿Qué vecino, qué vecina, hubiese seguido una política que le cercenaba el acceso a un pedazo de tierra (ya que no era una vivienda) si desde el gobierno hubiesen propuesto soluciones reales? Las mentiras del oficialismo provincial quedaron a todas luces al desnudo, y mostró a Guernica estrechamente vinculada a todas las otras represiones que fueron sucediéndose en este año y medio en todo lo ancho del conurbano.

¿Alcanza con el reformismo?

En las estructuras bonapartistas como el peronismo, su penduleo político les permite legitimar por izquierda y por derecha sus propias políticas. Si necesitan asomar una discursiva progresista, aparentemente preocupada por la realidad social, la esbozan. Si, por el contrario, necesitan legitimarse por derecha, reprimen. En realidad, son partes indivisibles de una sola forma de entender y hacer política. Por eso, no hubo ni antes ni después respuestas al problema de la vivienda que no sean simplemente lo justo y lo necesario a lo que fueron obligados a hacer por las movilizaciones populares.

Los límites del reformismo quedan a la vista cuando incluso funcionarios que presuntamente hubiesen deseado resolver el conflicto de otra forma se encontraban impotentes a resolverlo de una manera distinta a lo que finalmente resultó. Ese límite que es estructural y no sólo por casos como éste, es el que arrincona a los sectores reformistas a la más crasa impotencia para vulnerar cualquier prerrogativa capitalista, lo cual los hace cómplices de estas políticas. Es que más allá de las especulaciones rastreras de algunos funcionarios de la provincia de Buenos Aires, incluso si hubiesen asumido el esfuerzo de resolver problemas estructurales de la sociedad burguesa se encontrarían con límites infranqueables. Límites como el de la propiedad privada capitalista, que pone en segundo orden cualquier derecho en provecho de la especulación inmobiliaria y la rentabilidad económica. La vivienda, en los papeles un derecho insoslayable de la sociedad, le es vulnerado de la forma más vil a un porcentaje altísimo de su población.

Como escribió Engels en su Contribución al problema de la vivienda: “No es que la solución de la cuestión de la vivienda resuelva simultáneamente la cuestión social, sino que sólo mediante la solución de la cuestión social, es decir, mediante la abolición del modo de producción capitalista, se hace posible la solución de la cuestión de la vivienda”. Para resolver de una vez y para siempre el problema de la vivienda, hay que derribar el régimen que la genera y reproduce.

Más no todo queda allí. Si hay algo que ha mostrado Guernica, nuevamente, es que la organización popular, la inserción de las organizaciones sociales y políticas, la organización asamblearia y la consciencia de la lucha efectuada permiten asimismo conquistas parciales. Bajo los latigazos de las movilizaciones populares, el gobierno provincial fue cediendo posiciones que de otro modo no hubiesen existido. La organización anterior y posterior a la represión y el desalojo permitió avances sobre posiciones que hoy permiten estar cerca de conquistar algunas de las demandas.

¿Cuál es pues la política que debemos darnos?

No por caer en lugares comunes hay aspectos que resultan menos ciertos. Cuanta más consciencia surja de la necesidad de contraponer una resolución colectiva a las problemáticas individuales, cuando las resoluciones de las asambleas territoriales se imponen a las especulaciones gubernamentales, cuando las organizaciones sociales y políticas intervenimos mancomunadas bajo un programa reivindicativo común y métodos consensuados, las victorias superarán a las derrotas.
Por otra parte, debemos darnos una política integral que apunte a plantear el conjunto de la problemática de la vivienda en el país. El hacinamiento habitacional en villas y asentamientos, la gravedad de la situación de les inquilines, el déficit de viviendas existentes y las tomas como un mecanismo de compensación ante tanta marginación. Caracterizar y expresar las limitaciones del régimen para resolver estos y cualquiera de los problemas estructurales de la sociedad nos permitirá avanzar hacia la resolución de los mismos, haciendo de la lucha y la satisfacción de los reclamos parciales, escalones que nos permitan erradicar todo vestigio de problemática habitacional.

Te invitamos a ver el cortometraje realizado por ANRed y la nota del FOL REGIONAL SUR ELÉCTRICO

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