“El contenido real de cualquier clase de impulso revolucionario yace en los principios, en los objetivos por los que estás luchando, no en el modo en que los lográs (…) Debido a la forma en que esta sociedad está organizada, debido a la violencia que existe en la superficie por todos lados, tenés que dar por sentado que vayan a suceder estas explosiones, tenés que esperar cosas así en las reacciones”. Angela Davis
La lenta tortura y asesinato de George Floyd el lunes 25 de mayo de 2020 por parte de la policía en Minneapolis, Minnesota (EEUU) es una nueva chispa que enciende rebeliones en el mundo. El hartazgo y la indignación se esparció al son de la viralización de uno de los videos que pudo retratar el hecho mientras testigues pedían que no le apoyaran la rodilla sobre el cuello. En respuesta a ello, masivas movilizaciones se vienen sucediendo en más de 140 ciudades a lo largo y ancho de Estados Unidos, con réplicas en todo el mundo. En los días posteriores a las primeras manifestaciones, el presidente Trump resolvió amenazar con declarar como terroristas a organizaciones antifascistas, como expresión de una declaración de guerra a todes aquelles que procuren repudiar los hechos y salir a movilizarse.
En aquellas manifestaciones se corea principalmente la última sensación que Floyd pudo expresar, “I can’t breath” (“no puedo respirar”), junto a la consigna “No justice, no peace” (“No hay justicia, no hay paz”) que se sostiene en respuesta a la pasividad que pretenden los gobiernos y grandes empresas internacionales de comunicación. También se alzan pancartas con una consigna sostenida en redes sociales y en la identidad de movimientos antirracistas desde hace ya 8 años, “Black lives matter” (“Las vidas negras importan”), surgida al calor de asesinatos racistas como los de Trayvon Martin, Eric Garner, Ahmaud Arbery y Breonna Taylor, entre tantos otros que acontecen en el cotidiano norteamericano. Estos asesinatos son alentados por el nacionalismo blanco, burgués y protestante característico de Estados Unidos, abiertamente xenófobo y machista, del cual su presidente Donald Trump es una de sus representaciones más surrealistas. Y es que, como todo nacionalismo criado en la Europa del 1800, se exportó por el mundo –y sobre todo por África y América- para construir la identidad de los países nacientes, estimulando la desigualdad ya existente en las colonias basada en la raza y el género, y renovando la desigualdad de clase, esta vez en los marcos de dominación de la burguesía.
En las latitudes de este país, el hartazgo y la movilización también responden a las condiciones de existencia de la población trabajadora, que en estos marcos de dominación y desigualdad, bajo el gobierno rotativo del Partido Republicano y el Partido Demócrata; atraviesan la destrucción histórica de sus condiciones de trabajo y el desmantelamiento de organismos destinados a la reproducción y el cuidado de sus vidas, como aquellos vinculados a la salud pública. Sobre el primer elemento pesa la facilidad para crear empleos precarios, que facilitan los despidos con pocas o nulas consecuencias para quienes emplean, explicando la destrucción de 40 millones de puestos de trabajo en 2 meses de parate económico, generando una tasa de desempleo que en abril rondó el 14,2% de la población blanca, el 18, 9% de la población latina y el 16,7% de la población afroamericana.
El desmantelamiento del sistema de salud pública es uno de los principales responsables de que este país, con 1.910.000 infectades y 110.000 mil muertes, sea el actual epicentro de la pandemia de COVID- 19. El manto racista que recubre estas cifras se expresa en el hecho de que, donde se recabó información sobre la procedencia racial de les contagiades y muertes por coronavirus, fue contundente la sobrerrepresentación de latines, negres y miembres de comunidades originarias respecto de la población total de los distritos: constituyendo un 9 % de la población del estado de Nuevo Mexico, un tercio de les contagiades en ese estado son miembros de comunidades originarias; en la ciudad de Nueva York, el 34% de los decesos por COVID corresponden a personas latinas mientras que en la ciudad de Chicago, la población negra llegó a representar el 70% de los contagios, a pesar de constituir el 30% de la población total. En Estados Unidos, como en todo el mundo atravesado por siglos de colonización imperial, patriarcal y capitalista; les negres, latines, comunidades originarias, migrantes y refugiades vemos violado sistemáticamente hasta nuestro derecho a respirar.
Para ver las redes de la historia que conectan la violencia racial en todo el mundo, basta con saber de las semejanzas que trae el caso del asesinato policial de George Floyd con el de les, al menos, 6564 asesinades en democracia hasta marzo de 2019 por agentes armados del estado argentino, asesinades que en su mayoría eran jóvenes habitantes de villas, que con desprecio se construyen en el imaginario local como “negros/as de mierda”. O conocer los ataques constantes que viven las comunidades originarias de nuestro país, entre los que emergió en los últimos días el secuestro, tortura y abuso sexual de 4 jóvenes qom por parte de la policía provincial en los márgenes de la ciudad de Fontana, provincia de Chaco; esta vez bajo el grito de “indios infectados”, a pesar de que no hay casos registrados de COVID 19 entre los habitantes qom de esa localidad (en este caso, aún no pesa niguna causa judicial sobre sus responsables). También, por qué no, ayuda a la conciencia y al movimiento, saber que inmigrantes del país africano de Senegal son cotidianamente golpeades, detenides y robades por la policía de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o por la policía provincial en la ciudad de La Plata. Y así podríamos continuar, desgraciadamente, con muchos casos más.
No obstante, es preciso resaltar el hecho de que al mismo tiempo reemerge en todo Estados Unidos, en Europa y en América Latina, la fuerza movilizadora de organizaciones antifascistas, feministas y revolucionarias que resisten y repudian el racismo de los Estados. En el caso norteamericano, contamos en esta oportunidad con la novedad histórica del resurgimiento de movimientos multirraciales, así como con el relanzado dinamismo de agrupaciones transfeministas como el Women’s March y el acompañamiento en las movilizaciones por parte de las bases sindicales de trabajadores de la educación, la salud y el transporte. Estos reagrupamientos en las calles marcan una confrontación abierta contra el poder social y político de agrupaciones de ultraderecha envalentonadas en los últimos años; hoy en cierto declive por demostrar ser una amenaza sanitaria global, al trasladarse los epicentros de la pandemia de COVID 19 por los países donde gobiernan sectores de sus espacios políticos o afines. Es por eso que estos gobiernos refuerzan el uso de su carta represiva, aumentando el financiamiento a las fuerzas armadas y de seguridad interna, exhortando a la represión de las movilizaciones y hasta catalogando a movimientos antifascistas como terroristas, como es el ya mencionado caso en Estados Unidos.
“No puedo respirar” es una queja, pero también es una exigencia: déjenos respirar. Quiten su cuerpo capitalista, patriarcal y colonial, etnocida y ecocida, de las corporalidades de miles de millones de personas y ambientes. Dejen que los movimientos antifascistas, feministas y revolucionarios respiren por el mundo como forma de pago de una de las tantas deudas con la democracia de los pueblos en el planeta.
Hoy, como ayer, como siempre, sentimos necesario que surja con todas las fuerzas de la historia un movimiento internacional de todes les que temblamos de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo.
Sigamos traspasando las fronteras, luchando por una vida que valga la pena ser vivida
Luchemos por el ecosocialismo y el feminismo